Dime cómo carajo reescribo cartas con punto final, ¿cómo delineo letra por letra inventándome una nueva tonalidad y un nuevo The End? Desgraciadamente éste no es un cuento; al menos no el mío.
Pero las circunstancias nos ponen frente a frente y mientras miro tus ojos avellana, me vienen a la mente las cálidas tardes de las que ahora eres dueña. Lo sé, no me entiendes, al igual que el Sr. Z tus ideas y las mías están en planos distintos; tú ríes de sus ocurrencias, mientras yo derramo agua, saliva y sudor por su partida.
Él sin malicia acaricia el mapa en blanco de tu piel, besa tus labios carmesí y pareciera hacer un ritual con las ondas de tu cabello; yo, en cambio acudo al 1615 esperando mi turno de ser amada.
Supongo que lo más cordial sería agradecerte por hacerlo enteramente feliz, decirte amiga, invitarte a un café o simplemente a jugar; pero no puedo, perdóname. Y aunque me duela aceptar que desde que él te conoce sus amigos dicen que es otra persona y hasta el humor le ha cambiado, todo aquello es un hecho y el pasado es recuerdo y no cambia. Hasta tus indecisos pasos para él son memorables.
¿Acaso habrá algo que hagas mal Kathya? Eres tan perfecta para él como siempre quise ser yo; pero… que más puede decirte un círculo que se acaba de cerrar. ¿Decirte que les deseo lo mejor? Sí, definitivamente se los deseo por el amor que algún día nos unió, por el lugar en la mesa que siempre reservamos para ti esperando a que los tres destapáramos la botella de vino; por lo vivido en cinco años siete meses veintiún días dieciséis horas cincuenta y cinco minutos treinta y seis segundos y corriendo.
Sólo quiero pedirte algo antes de cerrar ésta carta para jamás volver a abrirla; nunca dejes de amarlo, escribe sobre su piel las líneas más bellas y no permitas que otra persona las borre. Después de todo yo también siento algo por ti.
Lo he dicho anteriormente no somos amigas, compañeras, cómplices, ni siquiera madre e hija; pero cómo decirte que no puedo odiarte, que a pesar de que has robado algo que por derecho era mío no puedo llamarte ladrona. Que después de todo son tan semejantes que pareciera que eres un reflejo de sus entrañas.
Después de todo ello no puedo odiarte como lo hago con mis enemigos.
Cómo hacerlo si eres la hija del hombre que amo.
Pero las circunstancias nos ponen frente a frente y mientras miro tus ojos avellana, me vienen a la mente las cálidas tardes de las que ahora eres dueña. Lo sé, no me entiendes, al igual que el Sr. Z tus ideas y las mías están en planos distintos; tú ríes de sus ocurrencias, mientras yo derramo agua, saliva y sudor por su partida.
Él sin malicia acaricia el mapa en blanco de tu piel, besa tus labios carmesí y pareciera hacer un ritual con las ondas de tu cabello; yo, en cambio acudo al 1615 esperando mi turno de ser amada.
Supongo que lo más cordial sería agradecerte por hacerlo enteramente feliz, decirte amiga, invitarte a un café o simplemente a jugar; pero no puedo, perdóname. Y aunque me duela aceptar que desde que él te conoce sus amigos dicen que es otra persona y hasta el humor le ha cambiado, todo aquello es un hecho y el pasado es recuerdo y no cambia. Hasta tus indecisos pasos para él son memorables.
¿Acaso habrá algo que hagas mal Kathya? Eres tan perfecta para él como siempre quise ser yo; pero… que más puede decirte un círculo que se acaba de cerrar. ¿Decirte que les deseo lo mejor? Sí, definitivamente se los deseo por el amor que algún día nos unió, por el lugar en la mesa que siempre reservamos para ti esperando a que los tres destapáramos la botella de vino; por lo vivido en cinco años siete meses veintiún días dieciséis horas cincuenta y cinco minutos treinta y seis segundos y corriendo.
Sólo quiero pedirte algo antes de cerrar ésta carta para jamás volver a abrirla; nunca dejes de amarlo, escribe sobre su piel las líneas más bellas y no permitas que otra persona las borre. Después de todo yo también siento algo por ti.
Lo he dicho anteriormente no somos amigas, compañeras, cómplices, ni siquiera madre e hija; pero cómo decirte que no puedo odiarte, que a pesar de que has robado algo que por derecho era mío no puedo llamarte ladrona. Que después de todo son tan semejantes que pareciera que eres un reflejo de sus entrañas.
Después de todo ello no puedo odiarte como lo hago con mis enemigos.
Cómo hacerlo si eres la hija del hombre que amo.