Escuché el murmullo de tu estrepitosa voz pidiendo ayuda, extendías la mano esperando que de igual modo yo lo hiciera y te sacara del hoyo del que cuelgas Marina, aún puedo recordar tu carita de mujer hecha a la fuerza derramando lágrimas y manchando tu vestido nuevo; te miré a los ojos y no pude más que apresurar mi paso por que realmente tenía cosas importantes que hacer, lo admito me diste lástima.
Aquella vez en el mirador ¿lo recuerdas? Cuando con tu insolente belleza dijiste que iniciabas de cero y lo primero que hiciste fue cambiarte el nombre, teñiste tu cabello y comenzaste a usar tacones para denotar que eras una mujer renovada en busca de la perfección y del brazo del hombre con el que apostarías tu fortuna. Solté una carcajada, primero por tu vestimenta tan pedestre y después por tu incoherente seguridad, mientras, tú te burlabas secretamente de mí; porque al final de todo las dos no nos podíamos mentir, habías cumplido quince años y el determinismo tenía que hacer lo propio contigo. Jamás quisiste que te lamiera las heridas.
Han pasado seis años, estás vieja con marcas de flagelo y con tu medio intento por purgar tus culpas; has dejado de llamarte Marina y ahora utilizas un nombre pueril al cual no haces tributo. No te culpo; siempre tuviste inclinación por cosas que no eran a tu edad, te molestaba mi exceso de pasividad e hiciste que aguardara en la muda de ropa vieja y fotografías de tus cumpleaños.
Resígnate Marina, no tienes nada nuevo que ofrecer, acepta que en un tiempo pasado yo si me satisfice con todo lo que era, mi pasividad me hizo llevar una vida tranquila, era inteligente, me realicé y jamás tuve que hacerme de artimañas para conseguir la podredumbre, nunca fui lo prohibido.
Admite que después de todo Mónica te superó.
Aquella vez en el mirador ¿lo recuerdas? Cuando con tu insolente belleza dijiste que iniciabas de cero y lo primero que hiciste fue cambiarte el nombre, teñiste tu cabello y comenzaste a usar tacones para denotar que eras una mujer renovada en busca de la perfección y del brazo del hombre con el que apostarías tu fortuna. Solté una carcajada, primero por tu vestimenta tan pedestre y después por tu incoherente seguridad, mientras, tú te burlabas secretamente de mí; porque al final de todo las dos no nos podíamos mentir, habías cumplido quince años y el determinismo tenía que hacer lo propio contigo. Jamás quisiste que te lamiera las heridas.
Han pasado seis años, estás vieja con marcas de flagelo y con tu medio intento por purgar tus culpas; has dejado de llamarte Marina y ahora utilizas un nombre pueril al cual no haces tributo. No te culpo; siempre tuviste inclinación por cosas que no eran a tu edad, te molestaba mi exceso de pasividad e hiciste que aguardara en la muda de ropa vieja y fotografías de tus cumpleaños.
Resígnate Marina, no tienes nada nuevo que ofrecer, acepta que en un tiempo pasado yo si me satisfice con todo lo que era, mi pasividad me hizo llevar una vida tranquila, era inteligente, me realicé y jamás tuve que hacerme de artimañas para conseguir la podredumbre, nunca fui lo prohibido.
Admite que después de todo Mónica te superó.