Intento escribir algo, para no sentir que una botella me está provocando una muerte insípida, para sentir que hoy hago algo diferente, ayer, lo mismo de los fines de semana, fecha impar en el calendario, reunión en tu casa, comida congelada, vino chileno, flirteo entre el guisado y el postre, escaleras, cama, regadera, mi casa, llanto, el revólver, todo aquello que antes me resultaba irrepetible, porque en mi adolescencia no existió jamás materia escolar que indicara como reaccionar, si como uno mismo o como ventrílocuo entre las piernas de cualquiera que deslice su mano entre la espalda plastificada.
Intento escribir algo, algo con una buena ortografía para la casera, la vecina, el perro que a veces orina mi correspondencia, mis amigos, el dueño del bar, la gente que desfila dentro de mi ventana, algo que sintácticamente sea verdadero, que esté firmado con mi verdadero nombre. En ocasiones me preguntan cómo me llamo y siempre respondo “mucho gusto mi nombre es Maricela” porque envidio su éxito, sus fines de semana en Cancún, el hombre blanco que la toma de la mano mientras le dice que el próximo fin de semana la llevará a su casa de Acapulco, intento ser como ella, vestir como ella viste, visitar los restaurantes que ella visita, hasta me corte el cabello como ella, quizá alguien en la calle me salude y entable conversación con interrogatorios como Hola Maricela hace cuanto que no nos veíamos, creo desde la fiesta en Cuernavaca, ¿sigues saliendo con Pedro o ahora sales con alguien más, que tal los negocios, y tu hija? A lo que yo contestaré como ella, porque en el fondo yo también soy Maricela.
Ella era mi amiga en la secundaria, compartíamos libros, intercambiábamos lápices de colores y hasta su mamá fue mi madrina de primera comunión, somos tan unidas, ha pasado el tiempo y algunos fines de semana acepto sus invitaciones de asistir a sus reuniones, ahí me cuenta cual exitosa y codiciada es.
Deseo ser como ella, tener quien se acerque a mí para invitarme a ver los eclipses, tomarme de la mano y recorrer las calles de la ciudad, alguien que me lleve los fines de semana a su casa de Acapulco, lo deseo y sé que algún día aquello cambiara, todos me llamarán por mi nombre.
Ayer, lo mismo de los fines de semana, no hay nueva hoja en el calendario, reunión en tu casa, comida congelada, vino chileno, flirteo entre el guisado y el postre, escaleras, cama, regadera, mi casa, llanto, el revólver, el tiro, tu sangre, la calle, la gente que desfila fuera de mi ventana, los faroles, el frio…
Intento escribir algo, algo con mi verdadero nombre: Hola mucho gusto mi nombre es Maricela, hace tiempo heredé una fortuna de mi abuelo, tengo algunos negocios, una casa en Cancún, una hija llamada Matilda, un hombre que me toma de la mano y enrolla sus brazos en mi cuello, podría decir que ahora no me hace falta nada. ¿te había dicho que me llamo Maricela? Si, ah disculpa pensé que lo había olvidado.
Texto largo, un poco común, pero con descripciones interesantes, y estructura clara. Lindo
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