que sepa abrir la puerta para ir a jugar
martes, 13 de julio de 2010
- Que no jugeteen con una espalda ajena a la suya y hagan una sinfonía cuando las estrujan en la cama, son sinónimo de frigidez y poco talento, mucho menos que con los labios cerrados y las ganas contenidas tengan cosido en el abrigo un cupón de canje por una mala mujer o una corneta en navidad
miércoles, 9 de junio de 2010
Intento escribir algo, para no sentir que una botella me está provocando una muerte insípida, para sentir que hoy hago algo diferente, ayer, lo mismo de los fines de semana, fecha impar en el calendario, reunión en tu casa, comida congelada, vino chileno, flirteo entre el guisado y el postre, escaleras, cama, regadera, mi casa, llanto, el revólver, todo aquello que antes me resultaba irrepetible, porque en mi adolescencia no existió jamás materia escolar que indicara como reaccionar, si como uno mismo o como ventrílocuo entre las piernas de cualquiera que deslice su mano entre la espalda plastificada.
Intento escribir algo, algo con una buena ortografía para la casera, la vecina, el perro que a veces orina mi correspondencia, mis amigos, el dueño del bar, la gente que desfila dentro de mi ventana, algo que sintácticamente sea verdadero, que esté firmado con mi verdadero nombre. En ocasiones me preguntan cómo me llamo y siempre respondo “mucho gusto mi nombre es Maricela” porque envidio su éxito, sus fines de semana en Cancún, el hombre blanco que la toma de la mano mientras le dice que el próximo fin de semana la llevará a su casa de Acapulco, intento ser como ella, vestir como ella viste, visitar los restaurantes que ella visita, hasta me corte el cabello como ella, quizá alguien en la calle me salude y entable conversación con interrogatorios como Hola Maricela hace cuanto que no nos veíamos, creo desde la fiesta en Cuernavaca, ¿sigues saliendo con Pedro o ahora sales con alguien más, que tal los negocios, y tu hija? A lo que yo contestaré como ella, porque en el fondo yo también soy Maricela.
Ella era mi amiga en la secundaria, compartíamos libros, intercambiábamos lápices de colores y hasta su mamá fue mi madrina de primera comunión, somos tan unidas, ha pasado el tiempo y algunos fines de semana acepto sus invitaciones de asistir a sus reuniones, ahí me cuenta cual exitosa y codiciada es.
Deseo ser como ella, tener quien se acerque a mí para invitarme a ver los eclipses, tomarme de la mano y recorrer las calles de la ciudad, alguien que me lleve los fines de semana a su casa de Acapulco, lo deseo y sé que algún día aquello cambiara, todos me llamarán por mi nombre.
Ayer, lo mismo de los fines de semana, no hay nueva hoja en el calendario, reunión en tu casa, comida congelada, vino chileno, flirteo entre el guisado y el postre, escaleras, cama, regadera, mi casa, llanto, el revólver, el tiro, tu sangre, la calle, la gente que desfila fuera de mi ventana, los faroles, el frio…
Intento escribir algo, algo con mi verdadero nombre: Hola mucho gusto mi nombre es Maricela, hace tiempo heredé una fortuna de mi abuelo, tengo algunos negocios, una casa en Cancún, una hija llamada Matilda, un hombre que me toma de la mano y enrolla sus brazos en mi cuello, podría decir que ahora no me hace falta nada. ¿te había dicho que me llamo Maricela? Si, ah disculpa pensé que lo había olvidado.
martes, 1 de junio de 2010
viernes, 28 de mayo de 2010
Siempre caminaban sobre ríos repletos de heno y ahora solo esperaban sentados y reían pausadamente.
Eva de naturaleza creadora, intercedía y lloraba por la ignorancia de simples mortales que creían haber hallado el caudal de la verdad, la virgen miraba a Eva con tal cadencia que llevando sus manos al torso de Eva, éste se torno sepia, parecía que las dos se comprendían en la intensidad de un tono no primario.
A veces creo que ellas son de una naturaleza venida de otro lugar que no se haya en ningún aparato con ventrículos.
Mientras, la ancestral mujer reía con la inmundicia de aquellos que servirían como el sacrificio que perpetuaría su imperio, y mostraba su belleza adornada de turquesas. El historiador sentado en el punto medio de una divinidad desproporcionada hacía una paleografía de ellas.
Necesitaba estar ahí para creer que aquellos mortales eran rostros conocidos que ahora se diluyen sobre los ríos donde ellos caminaban, rastros con los que me reunía en torno de una mesa de café. Quisiera salir de ese lugar y avisar a mis conocidos que se han convertido en carne de sacrificio. Eva no derrames suplicas a la serpiente que se retuerce en el árbol, ahora el trozo de tela que se comenzaba a encarnar entre la frente y la mollera nos permite pensar mejor.
No debería escribir sobre estas cosas pero qué razón tenía Ernesto Cardenal con eso del epigrama.
jueves, 6 de mayo de 2010
Los periódicos locales aún no imprimen notas sobre aquello.
Quizá porque el crimen nunca ocurrió o porque aún la sangre en la escena es excitante.
Todo se sabrá a su tiempo, aguardaré el día en que mi rostro sea idolatrado ante multitudes, mientras esperamos, te invito una copa, vamos a tu casa, nos podemos cómodos ¿Qué te parece? Por cierto, ¿te había dicho antes que los ojos amarillos muy abiertos del vitral de papagayos que adorna tu casa me gusta mucho?
sábado, 24 de abril de 2010
El agua está corriendo en todas direcciones
Es cierto que mi mamá nos había dejado una herencia funesta, ella la había labrado con sudor, tabaco y escenas de cama dignas del mejor artista contemporáneo, pero nosotras, o al menos yo me negaba a hacer trueque con mi condición fértil. Yo lo que soñaba era encontrarme algún día con un buen hombre que me ayudara a sepultar mi vida de miseria y a mi madre. Pero volteaba la mirada y notaba a mi hermana tan falta de pan que, supe que tal vez el día había llegado. Me puse el vestido de mi primera comunión y salí de prisa a la iglesia, al entrar vi nuevamente a aquél hombre que yacía en la cruz, pero ahora lo sentí tan real que acercándome a él propuse entregarle mi cuerpo incorrupto a cambio de no volver a pasar hambre y burlas de la gente; me arrodillé ante él y con lágrimas en los ojos dije que podíamos lamernos mutuamente las heridas si él quería, recuerdo que él me lanzó una mirada astuta y me citó en el bar donde mi madre había dejado su juventud, mientras, aquél señor me lanzaba unas monedas para comprar algo de comer, lo obedecí y salí de prisa.
Cayó la noche, acosté a mi hermana y salí al encuentro con aquél hombre. Al llegar, él me esperaba con una copa en la mano y un cigarro consumiéndose en el cenicero, me invitó a tomar asiento y al hacerlo, extendió su mano escondiendo un billete entre los dedos, como agradeciendo la compañía. Me robó un beso y dijo que aunque era cierto que mi belleza era virginal no podría pagar para estar conmigo en un pútrido cuarto; porque, era como infectarse con la sarna de mis heridas, que mi cuerpo jamás valdría la salvación perpetua y que a él, Jesús, más que excitarlo le repudiaba ver como mis costillas se asomaban de mis extremidades. Se puso de pie, quitó su saco del asiento y se dirigió hacia la salida rodeada de ebrios faltos de fe, corrí hacia él y sujetándolo del brazo le rogué que me pagara por ser suya, como lo hizo mi madre en su tiempo; y apartándose de mí dijo que algún día el agua correría en todas direcciones, hasta entonces él se apiadaría.
Pasaron seis meses y Rufina ya con el olor a muerte en el cuerpo, apenas pudo mantenerse en pie para abrir la puerta, era Dios de nueva cuenta, venía por mi hermana para revestirla de gloria, la cargó tenuemente y dijo que su reino era para los arrepentidos, y yo, era sólo una cualquiera apestada con la purulencia que brotaba de las heridas, y dando media vuelta se alejó con mi hermana en brazos como él lo había predicho. Intenté correr tras ella, pero un tropiezo me hizo comer tierra.
Comenzó a llover y decidí regresar para morir en el lugar más viciado y desquebrajado como yo.
Aquél día llovió toda la noche. La barranca se desbordó, el agua por fin había corrido en todas direcciones, cerré los ojos y sentí como el agua tacaba mis mejillas.
Quizá en esta ocasión él acepte acostarse conmigo.