viernes, 28 de mayo de 2010

Necesitaba estar ahí para creerlo, la heredera prehispánica, el historiador, Eva con el torso desnudo en blanco y negro, una virgen sin poderes de sanación, y habitantes de un lugar entendido solo por el otro, reunidos estratégicamente alrededor de un borde rectangular creando una mítica realidad , Inhalando el humo de un falso nirvana que los reconfortaba tras cada bocanada.
Siempre caminaban sobre ríos repletos de heno y ahora solo esperaban sentados y reían pausadamente.
Eva de naturaleza creadora, intercedía y lloraba por la ignorancia de simples mortales que creían haber hallado el caudal de la verdad, la virgen miraba a Eva con tal cadencia que llevando sus manos al torso de Eva, éste se torno sepia, parecía que las dos se comprendían en la intensidad de un tono no primario.
A veces creo que ellas son de una naturaleza venida de otro lugar que no se haya en ningún aparato con ventrículos.
Mientras, la ancestral mujer reía con la inmundicia de aquellos que servirían como el sacrificio que perpetuaría su imperio, y mostraba su belleza adornada de turquesas. El historiador sentado en el punto medio de una divinidad desproporcionada hacía una paleografía de ellas.
Necesitaba estar ahí para creer que aquellos mortales eran rostros conocidos que ahora se diluyen sobre los ríos donde ellos caminaban, rastros con los que me reunía en torno de una mesa de café. Quisiera salir de ese lugar y avisar a mis conocidos que se han convertido en carne de sacrificio. Eva no derrames suplicas a la serpiente que se retuerce en el árbol, ahora el trozo de tela que se comenzaba a encarnar entre la frente y la mollera nos permite pensar mejor.
No debería escribir sobre estas cosas pero qué razón tenía Ernesto Cardenal con eso del epigrama.

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